Crónica Javierada 2022


El sábado 5 de marzo, acudimos a la capilla del Seminario de Pamplona para bendecir lo que
sería nuestra peregrinación al Castillo de Javier. Este año la fecha tenía especial importancia por
ser el 400º aniversario de la canonización de San Francisco Javier, motivo del año Jubilar de San
Francisco de Javier. También nos recuerda (el 5 de marzo) la triste derrota del ejército carlista
contra los isabelinos en Zaragoza, en el año 1838.
Tras el revuelo del desayuno y la distribución de mochilas en los coches escoba, partimos hacia
Noain, donde empezaríamos la marcha, a 55 km de nuestro destino. Durante el camino
contamos con el inestimable apoyo de varias personas: el coche escoba, los lugareños que
repartían caldo, la Cruz Roja, la Guardia Civil y por supuesto las margaritas, que prepararon
bocadillos y café para ayudarnos a reponer fuerzas durante el camino.
Hicimos escala a mitad de camino en un apartadero de la carretera para comer, donde nos
juntamos todos los que hacíamos la marcha a pie con las familias que iban en coches. Fue un
momento que mostraba a un grupo de personas unidas por algo más allá de la sangre: la fe
católica y el ideal tradicionalista. Con los ánimos renovados por el afecto de la familia, seguimos
avanzando hacia nuestro destino, el pueblo de Sangüesa, donde pasaríamos la noche. Casi
llegando al pueblo nos detuvimos para hacer el ya tradicional “Castellet”, en el que izamos la
Cruz de Borgoña. Tras el rosario de rigor, llegamos a Sangüesa junto a más peregrinos de la
diócesis. Una auténtica columna humana llegaba a las entradas del pueblo, una marea de gente
que buscaba el favor de San Francisco Javier, así como el placer del descanso tras la andada.
Nos dirigimos hacia el convento de las Comendadoras del Espíritu Santo, a los pies del río
Aragón. Allí nos permitieron ocupar la planta baja para descansar del camino. El frío del suelo y
de la montaña nos mantuvo en vela gran parte de la noche, aunque como quien dice, “sarna con
gusto no pica”.
Pasada la dura noche nos pusimos en pie con el sol para emprender la marcha hacia el castillo.
Los últimos kilómetros los haríamos acompañando a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santísima
Madre en el camino al calvario, rezando el Vía Crucis y el Santo Rosario. Entre las alegres voces
que cantaban el Salve Regina y otros himnos, llegamos a divisar nuestro destino, el afamado
castillo, donde nos encontramos con el resto de peregrinos para asistir a la Santa Misa y
Bendición del Obispo de Pamplona y Tudela.
Ha sido una experiencia inolvidable y con la asociación Cruz de Borgoña ha sido inmejorable. Si
tuviera que destacar algo, es la hospitalidad con la que nos han recibido a los dos maños en el
grupo, tratándonos como amigos de toda la vida. Indudablemente volveré a repetir el año que
viene, si Dios quiere.


¡VCR!

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