Este sábado tuvimos la gran suerte de disfrutar de la exposición “Luz en la penumbra. Sanidad y humanismo en los conflictos bélicos”, comisariada por Pablo Larraz, especialista en sanidad militar carlista.
Tras algo de dificultad para aparcar, conseguimos llegar. El día era caluroso y entramos por la puerta del museo como turistas curiosos. Atravesar el umbral de la primera sala de exposición nos hizo viajar en el tiempo dos siglos atrás. Las paredes estaban decoradas con grabados de Goya en los que se mostraban los horrores de la guerra y espeluznantes fotografías que reflejaban la soledad, la desolación y el sufrimiento tanto de familiares como de combatientes. Tras un primer escalofrío, escuchamos con oídos atentos las explicaciones de Pablo que, con gran humanidad, nos recreó las duras escenas que tienen lugar en tiempos de guerra y epidemia. Vivimos también allí un conmovedor momento (que causó varias lágrimas), en el que uno de los asistentes a la visita nos contó la historia de dos de las cartas que había allí expuestas: se trataba de un intercambio epistolar entre un niño de 5 años que había aprendido a escribir para poder comunicarse con su padre, prisionero en una cárcel y después condenado a muerte. Para nuestra sorpresa, dicho asistente era el nieto del niño.
La segunda sala se abría de manera esperanzadora, con la imagen de dos enfermeras vestidas de blanco y nos adentraba en los avances sanitarios de los siglos XIX y XX y en la creación de la Cruz Roja como asociación de socorro internacional. Esta segunda parte, titulada “Una llama en la oscuridad: humanismo y ciencia” nos condujo a través de las guerras carlistas a la creación de la Caridad, sociedad de socorro impulsada por la reina Dña. Margarita, esposa de Carlos VII, durante la segunda guerra carlista, cuya función era atender heridos en la guerra. Pudimos aprender cómo funcionaba el hospital de Irache, principal entidad de la asociación y cómo empezó a ligarse la figura de las margaritas a la del cuidado y acompañamiento de los enfermos y heridos.
Penetramos, pues, en la figura de la mujer carlista, “ángel de la caridad”, donde aprendimos no solo la profesionalidad con la que trataban las enfermeras carlistas a los heridos, sino su ejemplo de oración y delicadeza; su feminidad a la hora de comprender las necesidades de aquellos a los que atendían y su labor silenciosa al pie de las camas; así como su valentía y convicción en la defensa de una España católica, que en ocasiones les llevó a entregar la vida en el campo de batalla en los hospitales de campaña, e incluso en algunos casos, a la muerte por fusilamiento. A continuación, Pablo nos explicó la labor del hospital carlista Alfonso Carlos, dedicado a la recuperación de combatientes durante la guerra civil, en el que no importaba a qué bando pertenecieras, ya que, en palabras del comisario “sabían ver en el enemigo el rostro humano”.
La sala final “La comunidad del dolor” concluía la exposición con un matiz más personal, de historias concretas, de las relaciones que se establecían entre los combatientes y sus enfermeras, de los intercambios epistolares y las palabras de ánimo, de las esperanzas e ilusiones de los jóvenes que marchaban al frente dando sus vidas y morían en las camas de hospital acompañados de mujeres que jugaban el papel de madres cuando estas no podían acudir a socorrer a sus hijos; del papel que el amor y la caridad de las margaritas españolas (esposas, madres, abuelas, hermanas, amigas y novias piadosas) supuso ante el desolador panorama de la guerra. Esta última sala, llena de vivencias e historias personales hizo que saliéramos de la exposición conmovidos, con ánimo vibrante; uno de los chavales, de 4 años, afirmó al salir muy orgulloso “yo de mayor quiero ser carlista”.
El sol de nuevo nos recibió en la calle, donde realizamos una parada técnica para tomar un tentempié y un buen vino español con el que finalizamos una mañana que muchos recordaremos como una magistral lección de historia del carlismo y ejemplo de la caridad.