Dos años hace que el virus famoso (no lo nombraré por aburrimiento) penetró de forma invasiva en nuestro reino, en nuestras familias, amistades… Nuestras relaciones se han enfriado y nuestra Fe, en muchos casos, también. El hombre de la generación “del espejito” solo tiene ojos para sí mismo, para su salud, para su cuerpo, para su trabajo… Y cuanto más se mira el hombre a sí mismo, más se aleja del proyecto que Dios tenía para el hombre.
Por eso Cruz de Borgoña recupera esta bonita tradición que teníamos arraigada antes de la pandemia: realizar los ejercicios espirituales de San Ignacio, para volver de nuevo la mirada a Dios, y comenzar el año con el corazón ardiente, como San Francisco Javier.
Este año nos hemos retirado al Valle de los Caídos, mausoleo erigido para la concordia de los españoles tras la Cruzada de 1936. Hemos sabido que allí reposan los restos de 22 beatos mártires, y 47 siervos de Dios. Más que un mausoleo, un Santuario.
A los pies de la Cruz más grande del mundo, los monjes Benedictinos nos acogían en su hospedería. Dos días de silencio, oración, reflexión y conversión. A la convocatoria de este año acudían adolescentes, jóvenes y mayores. El Padre Santiago Cantera, Prior de la Comunidad de la Santa Cruz, ha sabido guiarnos espiritualmente con talante Ignaciano, sin poder evitar pequeñas referencias a la Regla de San Benito, que tiene tan sellada en el alma. Ha tratado, entre otros, la historia de la Salvación, el pecado, ciertas pautas para orar bien, la humanidad de Cristo a través de los evangelios y, aprovechando la presencia abundante de juventud, la elección de estado: la vocación.
Nos quedamos con el tesoro más grande del Valle: sus guardianes, los monjes. Su trato, su calidez. Sus oraciones por nosotros los ejercitantes en la Santa Misa, y por el alma de don Luis Hernando de Larramendi, gran benefactor suyo y del carlismo, recientemente fallecido. Su paz y armonía con Dios. Su humildad, su sabiduría. Su fidelidad y su santidad. Gracias.
Volvemos a la rutina muy agradecidos por estos días de descanso en el Señor, y pedimos a Dios que sepamos transmitir el tesoro de la Fe heredada de nuestros padres a todos aquellos jóvenes que no la conocen. ¡Por una juventud de corazón puro! ¡Viva Cristo Rey!
Sancho Guindano Laborda